Cuentan de un anciano, que durante muchos años fue Sacristán
de la Iglesia del Convento de San Juan de la Penitencia de las Monjas Clarisas
que está situado en la calle Antonio Piniés / calle San Juan de Orihuela.
Este hombre se encontraba aquel día sentado en la Iglesia a
la espera de que diera comienzo la misa.
Cansado en exceso por un arduo trabajo adicional que le
había surgido el día anterior no se percató de que los ojos se le iban
cerrando poco a poco junto a la soledad del espacioso edificio.
Algo desapacible lo despertó.
Lo achacó inmediatamente al sueño que creyó haber tenido.
En dicho sueño, recordaba haber escuchado unos golpes que no
llegaba a reconocer y que tampoco supo distinguir de dónde procedían.
Embotados sus sentidos aún por el tan brusco despertar, se
rindió otra vez, sin darse cuenta, a los
placeres del sueño.
De nuevo, una serie de tremebundos golpes sonaron con más ímpetu
y lo despertaron.
Pero esta vez, ya despejado, escuchaba con claridad el eco
de los golpes que sonaban en el interior de la sacristía.
La Iglesia estaba completamente vacía.
Aun así, pasó su mirada por todos los rincones del lugar, no
fuera que a alguno de los habitantes habituales del convento le hubiese dado
por gastarle una broma. (Cosa que por cierto no era muy común entre sus
compañeros y compañeras).
Efectivamente, todo estaba en calma y vacío, salvo por los golpes
que aún resonaban en su cabeza y que claramente surgían del interior de la
Sacristía.
Se dirigió hacia allí con paso decidido, para averiguar de
qué se trataba.
Nada más entrar, sus ojos se posaron sobre una mole de mármol
brillante que destacaba sobre el contorno.
Supo que los golpes habían surgido de allí. Estaba
completamente seguro.
Pese a su estrechez, la mesa de piedra jaspeada y resplandeciente llenaba la sala de
aquel lugar.
Entonces, se fue la luz.
El Sacristán, entendió que aquellos ruidos que había oído,
eran “señales” del cielo que le avisaban de que no iba a haber luz durante la
homilía, por lo que se dispuso a preparar las velas para que en caso de apagón,
no se interrumpiese la ceremonia.
Nunca supo lo que había sido.
Pero en su interior albergaba la esperanza de que algo benigno,
algo sutilmente divino, le había advertido con tiempo, para que los feligreses
pudiesen disfrutar aquel día de la celebración de la Santa misa sin
contratiempos.
Y así lo contó a sus familiares y gracias a la Ruta del Miedo, ha llegado hasta mis oídos.
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