Era un viernes como otro cualquiera de un mes de noviembre
de 1928.
Un grupo de niños jugaba junto a la orilla del río Segura
cuando resulta que uno de ellos perdió pie y cayó a las aguas.
El infante, de nombre Francisco Martínez Aguirre chapoteaba
en el agua para no perder la vida. Pero su pequeño cuerpecito ya mostraba los
signos de agotamiento al estar tanto tiempo intentando mantenerse a flote.
Todos los de alrededor comenzaron a gritar.
Pasaba por allí un oriolano que quiso el señor tuviera la
habilidad de nadar y no lo dudó un instante y se echó al agua.
Cuando llegó a la altura del niño, el cuerpo de este ya se
encontraba sumergido.
Pero con un arrojo de valor, Ramón se capuzó para buscarlo
por debajo del líquido con tan buena fortuna que pronto lo localizó.
Lo sujetó fuertemente como pudo y lo sacó a la superficie.
Tras unas difíciles maniobras de auxilio el niño empezó a
toser ante los vítores de alegría de los que estaban a su lado.
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