En el colegio Santo Domingo, hubo hace tiempo una celda
referida en la obra “El Colegio de Predicadores y la Universidad de Justo
García Soriano” que según él se hallaba en el ángulo noroeste de la biblioteca,
cuando se albergaba en el convento dominicano. Dicha celda, fue destinada como
calabozo del convento, lugar donde se encerraban a los frailes y estudiantes
que necesitaban purgar sus faltas y fechorías.
En la puerta de la celda, había una redondilla grabada con
un objeto punzante que rezaba una secuencia de palabras descritas más abajo. (Imaginamos que el autor era buen conocedor de la obra "La Diana- Libro Primero" de Jorge de Montemayor).
Estos versos, fueron incluidos por Gabriel Miró en su obra
“El Obispo Leproso” en el capítulo 3, en la descripción que hace del Colegio de
Jesús (Santo Domingo).
Años después, en 1954, también fueron incluidos por Juan
Sansano Benisa en su “Historia de Orihuela”, aunque con alguna variante.
Por desgracia, ya no es posible contemplar estos versos, ya
que desaparecieron al remodelar dicha zona en el colegio.
Indagando un poco más, he encontrado esta publicación de 1897
en la que se cuenta lo siguiente:
El lado que da al mediodía, tiene en sus extremos dos
habitaciones oscuras. La primera que se encuentra entrando por la puerta
principal; está destinada a contener papeles y obras incompletas, que no tienen
cabida en la estantería antigua de los corredores.
La otra habitación que le dá frente a la anterior, tiene un
pequeño zaguán después de su puerta de entrada, sin más techo que la cubierta
del tejado á unos 12
metros de elevación, teniendo en la parte superior un agujero
a guisa de ventana descubierta, por donde se recibe la luz.
En el muro de la izquierda hay un portón bajo y angosto, de
sólida y resistente construcción y dotado de una fuerte cerradura provista de
un cerrojo de refuerzo, que demuestra bien a las claras que sirve de precaución
y garantía a la seguridad de una prisión.
En efecto, franqueando esta segunda puerta se entra en una
habitación de medianas dimensiones que desde luego se conoce haber estado
destinada a cárcel o calabozo.
Varias señales inequívocas delatan este destino. Cuales son,
una ventanita que tiene en la parte superior provista de una reja con barrotes
erizados de púas para que no se pueda forzar y cuya ventana parece más bien
dispuesta para dar aire respirable que luz; un cepo de madera de colosales
dimensiones arrumbado allí en un rincón; y muchas escrituras de letras, nombres
y fechas que se descubren en las ennegrecidas paredes.
En la cara interior de la puerta hay una de estas
inscripciones, hecha con tiza y cuyos caracteres borrosos apenas pueden leerse.
Más fijando mucho el sentido se ve que dice:
F.F.
Todo es uno para mí
esperanza o no tenella
porque si hoy muero por vella
mañana porque la vi.
Esta copla tan sentida y tan poética me hizo pensar desde
luego que encerraba una historia quizás romántica y conmovedora o tal vez
trágica, en la que habían podido mediar las circunstancias de un amor
contrariado por el impedimento de un voto.
Despertose en mí una gran curiosidad por descubrir y conocer
el origen o motivo de la transcripta canción, y llevado de mis oficios
habituales de registrar papeles y mamotretos me enfrasqué en detenidas y
concienzudas investigaciones en el archivo, hasta que conseguí dar con un
cuaderno en cuya tapa anterior lleva un rótulo que dice: “COSAS RESERVADAS”.
La mayor parte de estas cosas reservadas, son cuentas de
cocina y por ellas venimos en conocimiento de lo que se comía en el convento de
dominicos á mediados del siglo pasado: entre ellas hay relaciones curiosas de
lo que costaba un par de pollos, tres reales de vellón, la libra de
albaricoques, un cuarto, y otras especies con precios por el estilo.
En algunas hojas del cuaderno hay apuntaciones de otra
índole; todas interesantes, pero breves. Y una de ellas expresa: “Frater
Ferdinandus Guillemus, discessus, eroticus, contumaz, clausus”.
La coincidencia de las dos iniciales que acontecen a la
sentida cuarteta apuntada con las del nombre de Fray Fernando, hace pensar si
sería este el autor de aquella y más teniendo en cuenta que el expresado
registro muestra claramente la causa de haber estado aquel recluido.
Más, ¿Quién era este Fray Fernando Guillem?
Repasando los textos de nuestros historiadores, nos hallamos
con que en la guerra de sucesión que agitó el suelo español a principios del
siglo pasado y en los ejércitos del archiduque, figuró un tal D. Fernando
Guillem de Orihuela, conocido por “el fraile”.
Refiérese que era hombre agudo y de valor temerario, pero
distinguíase más por una melancólica reserva de carácter, que muchos atribuían
a una aventura galante de su juventud.
Era el segundón de una casa rica y principal y desde sus
primeros años había mostrado felices disposiciones para las letras.
A la usanza de la época en las familias vínculo o mayorazgo
el hijo mayor se alzaba con todo su patrimonio y de los restantes, el que no
tomaba la profesión de las armas, se dedicaba a la Iglesia.
Fernando, que joven mostró un carácter belicoso, no debía
dudar en la elección de carrera, pero circunstancias especiales hicieron que se
decidiese primero por el convento.
Habíase enamorado de una dama de la más nobleza solariega
que, como era costumbre entonces, habitaba en sus palacios señoriales, cuya
costumbre vino a transformar la francesa dinastía borbónica, que tanto
incremento le dio a la vida cortesana.
Dicha dama que era primogénita y única heredera presunta de
su poderosa estirpe, paró en un principio sus ojos en Fernando.
Más ya obedeciese a sugestiones extrañas, ya a impulsos de
su propio corazón, lo cierto es, que pronto mostró su desvío por el hidalgo segundón,
el cual despechado de su ingrata suerte trató de fortalecer su ánimo en el
retiro del claustro.
No es de presumir por consiguiere su deseo en vista de los
datos antes apuntados y acaecidos posteriormente en su accidentada vida.
FUENTE:
V.G. , EL ATENEO, 31 Enero 1897 nº 17
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