En el Camping del Moncayo entre la Mata y Guardamar se acampaban
antiguamente los tres meses de verano.
A mi suegro le gustaba alojarse cuando apretaba el calor
allí.
El camping tenía unos baños y unas duchas normales. Pero los
baños principales estaban bajando a la playa.
Y lo que pasó es que una noche que íbamos paseando en grupo quiso
uno de los nuestros bajar a orinar a aquellos aseos: (Empieza a relatar la
mujer)
Chico, de noche, ahí a oscuras y tan alejado, a la orilla de
la playa, ya son ganas.
Pero como es cabezón como él solo, así que tiró para
adelante.
Estando dentro de los baños, sabes tú que tienen la puerta
por la mitad. Que no llegan hasta abajo del todo.
De momento, oye como unos zapatos, hacer ruido.
Claro, piensa: ¿Quién se viene a la playa, a un camping con
zapatos en pleno agosto?
Y a eso que los vio pasar
bien limpicos por debajo de la puerta, todo brillantes que parecían zapaticos
de charol. Brillantes, brillantes.
Da paso al relato de su marido:
Me espero a que salga, pasa el tiempo, no sale nadie, me decido
a tocar la puerta por si le queda mucho.
Veo como los zapatos se dan la vuelta y se meten para
adentro por donde están las duchas.
Me quedo pensando, ya saldrá, ya saldrá. Pero allí no salía
nadie.
Entonces, me decido, entro con precaución, y allí no había un alma.
Al fondo las duchas y luego todo cerrado, que era imposible
que alguien saliera por otra parte, la única salida era pasando por donde
estaba yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario