Parece cierto, cuanto más pequeño, más sensible ante los
fenómenos paranormales.
Algunos niños, desde que nacen tienen un comportamiento que
a veces nos asusta o nos deja fuera de sitio.
Es como si vivieran una realidad paralela alternativa a la
que nosotros somos completamente ajenos.
Pero eso no implica que no vivan unas experiencias de lo más
anecdóticas.
Dicen que hasta los siete años de edad, los niños no son
capaces de distinguir las fantasías de la realidad. Que justo a esa edad se
produce lo que científicamente se llama la Ruptura Sináptica.
El momento a partir del cual se empiezan a vislumbrar las
cosas reales como tales e ir dejando atrás todo aquello que suena o se
considera fantasía.
Pero olvidamos que no todos somos iguales, que hay niños que
lucen una sensibilidad superior a la de otros niños.
Estos niños, cuentan relatos, historias a las que no damos
crédito porque nuestro raciocinio o nuestra objetividad impiden que admitamos
como reales.
Uno de estos niños, en esta caso niña, tuvo una experiencia
que tanto le llamó la atención en su edad temprana, que nunca lo ha podido
olvidar, y ella misma lo relata en su blog.
Da gusto saber que uno va creando escuela y que inspira a
los que vienen detrás de ti a compartir sus propias experiencias con lo
misterioso. Tengo como ejemplo a esta chica, joven que inicia sus primeros
pasicos por el mundo de lo desconocido, y que habiendo caído en las redes de una
de mis Rutas del Miedo, y aficionada a leer las historias que yo relato en mi
Blog, se ha atrevido a iniciar ella sola, junto con María, este proyecto de Blog en Internet que trata sobre este tipo de temas. La
animo a seguir adelante y por supuesto le pido permiso para poder extraer su
historia y publicarla en mi bitácora. ¡Gracias Elena! ¡Gracias María!
Pues bien, esta chica nos cuenta de algo vivido que a más de
uno le resultará sorprendente y terrorífico a la vez.
Fascinada desde siempre por el tema de la muerte, la reencarnación
y la vida eterna, esta chica, recuerda una anécdota que le ocurrió en la
población de su tío, un pueblo de Salamanca, en una de las casas antiguas que
hay junto a la vieja ermita.
Un día, que caminaba junto a la mencionada casa, le pareció
observar a una mujer de unos cuarenta años de edad vestida de blanco con encaje
largo y que no llevaba calzado luciendo unos pies descalzos que parecían
deslizarse por el suelo como si fuera una aparición.
La ropa era extraña, como de una época pasada a la que ella no
tenía acceso mentalmente.
Ojos verdes y el pelo de un color marrón rojizo.
Acudía con curiosidad todo lo que podía a esa casa para
contemplar el fenómeno y la veía pasar de una habitación a otra, llegar al patio
que estaba junto al huerto de su tío donde destacaban los hermosos tomates colorados.
Era una sensación de miedo a la vez que de curiosidad. Pero
le encantaba, se encandilaba mirándola en su eterno paseo sabiendo que en
aquella casa no vivía nadie, que nada había en su interior.
Tan solo aquella huella
del pasado que vivamente se reflejaba sobre las pupilas de sus ojos.
Tiempo ha pasado desde que ella veía aquella cosa hermosa.
Ahora, siendo un poco más mayor, sabe que los cuentos de
fantasmas son sólo eso, historias que se inventan para asustar a los más miedosos,
ancianos y a los niños.
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